Continuamos con la temática de Mujer protagonista, esta vez relacionada con el fin del mundo: La Jinete del Apocalipsis, nuestro último relato de esta temporada.
La alegría en su rostro crecía cada día. Al fin se cumplía un
sueño por el que tanto había rezado y sentía que sus plegarias al fin habían
sido escuchadas. El santo padre estaría de visita en su país y haría una gira
que pasaría justo en frente de su hogar, la oportunidad de conocerlo y pedirle
su bendición para su nuevo negocio, la hacía esperar ese día ansiosamente.
Hacía poco tiempo, Lucía había heredado el hermoso establo de
sus padres quienes murieron tristemente en lo que los medios han denominado “la
tercera guerra mundial”, asesinados en un despiadado ataque nuclear mientras ellos
se encontraban vacacionando al sur de Europa. Ella sabía que nunca debieron
haber salido a ese viaje, pero sus arrugados rostros parecían tan radiantes y
llenos de vida al celebrar su 50 aniversario después de tantos años de
planearlo, que quien iba a decir lo que iba a pasar, – son los designios de
Dios que no podemos comprender – pensaba…
La iglesia católica decidió intervenir abogando por la paz entre
las naciones, debido a que la hambruna estaba matando a millones de sobrevivientes
europeos afectados por el ataque tan devastador y el Vaticano decidió enviar a
la propia cabeza del catolicismo, el Santo Padre, para mediar en el conflicto existente
en cada nación en guerra. Las visitas parecían estar surtiendo efecto en el
corazón de los líderes políticos, quienes mostraban su mejor rostro ante las
cámaras cuando recibían al pontífice en el aeropuerto, como si fueran amigos y nada
estuviera sucediendo a tan solo unos miles de kilómetros de distancia.
Al fin llegó el añorado día y el sumo pontífice arribó a
tierras teutonas. Lucía se arregló como nunca en su vida, recogió sus dorados
cabellos con un hermoso moño, escogió el vestido blanco más hermoso de su
guardarropa y lo combinó con zapatos amarillos para representar los colores de
la iglesia católica. Salió al encuentro del santo padre en la calle al frente
de su casa con un canasto de hermosas flores y esperó junto a una gran multitud
el paso del papamóvil.
Cuando al fin se asomó a lo lejos el blanco vehículo, ella atravesó
la multitud y salió a saludar al Papa lanzando las flores de su canasto al
aire, buscando llamar la atención del
hombre que está en la cima del cristianismo para pedir su bendición. Entonces,
para su sorpresa, él notó su presencia y ordenó detener el auto que pasaba
lentamente por la cantidad de personas que se encontraban ahí. Se bajó y con
una mirada bondadosa le dijo: –hija mía, Dios me ha enviado aquí con muchos
propósitos y uno de ellos es conocer tu humilde morada –
Sorprendida y sin saber cómo reaccionar, solo atinó a decirle
que con mucha pena estaría muy honrada de recibirlo, aunque ojalá no se fijara
mucho en el desorden porque apenas estaba acomodando las cosas de sus padres
que hacía poco habían fallecido. El santo padre ingresó por la puerta
principal, seguido de sus custodios y una multitud de personas y medios de
información, quienes estaban dando seguimiento al paso de este hombre por
Alemania.
Entonces se acercaron al establo y ella le mostró con gran
orgullo los sementales que moraban dentro de sus caballerizas. Él los examinó y
los bendijo noblemente, pero su mirada se posó sobre un hermoso andaluz blanco,
imponente, el más hermoso que nunca había visto en su vida.
–Es un hermoso ejemplar– le dijo con voz interesada, –casi se
podría decir que no parece de este mundo– continuó. Ella muy sorprendida le dijo que era el
caballo más caro y que su padre lo había cuidado con mucho amor porque lo había
comprado en muy malas condiciones por su antiguo dueño y lo había logrado
restablecer como un jamelgo fuerte y vigoroso.
Entonces, para el asombro de todos le dijo a Lucía que quería
montarlo. Ella nuevamente con cara de incredulidad y consternada por lo que
estaba sucediendo, accedió con tanta alegría que solo podía pensar en lo que
sentiría su padre si aún estuviera vivo y pudiera ver con sus propios ojos la
escena del santo padre subido en su caballo más querido. Sin titubear alistó la
silla y la gente alrededor sacaba cantidades exorbitantes de fotografías para
comunicar al mundo lo que estaba pasando.
Lucía abrió la puerta de la caballeriza y ayudó al sumo pontífice
a subirse al caballo, pero él le dijo que subiera a su lado porque le daban un
poco de miedo los caballos. La gente se apartó para darles espacio para que
pudieran cabalgar libremente y el Papa empezó a conducirlo como si toda la vida
hubieran estado juntos. Todos reían con euforia, los medios transmitían en vivo
el acontecimiento comparándolo con la entrada de Jesús en burro a Jerusalén y el
mundo entero observaba con atención lo que estaba sucediendo.
De pronto todo se paralizó cuando el caballo comenzó a
ascender hacia el cielo y la mirada atónita de todos se quedó fija en el
acontecimiento que pasaba frente a sus ojos y no podían creerlo. El caballo
continuó su ascenso y todos empezaron a seguirlo desesperadamente pensando en
la seguridad el Papa y en el hecho tan increíble que estaban presenciando,
hasta que desapareció de la vista en las nubes.
Mujeres mayores cayeron de rodillas y empezaron a rezarle a
Dios por el “milagro” que estaban presenciando y Lucía aterrada se afianzó al
santo padre sin dar fe de lo que ocurría. Entonces un brillo intenso empezó a rodear
al Papa y en su espalda apareció un arco y un carcaj, su sotana blanca cambió
por un traje de guerra con una capa rasgada y su voz se transformó en un sonido
inhumano.
Lucía no podía creer lo que estaba pasando, pero su cuerpo
estaba paralizado y no tenía forma de soltarse a pesar de que era lo que más
deseaba su corazón. El jinete con un movimiento de brazos ordenó al caballo que
descendiera y este lo hizo a gran velocidad. Lucía solo observaba cómo se iban
alejando cada vez más de su hogar y seguía sin comprender lo que sucedía a su
alrededor.
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